miércoles, 10 de octubre de 2012

Los Sofistas y la demagogia





“El hombre es la medida de todas las cosas” (Protágoras)


“Nada existe; si algo existe, no puede ser conocido por los hombres; si se puede conocer, no se puede comunicar y explicar a los demás”. (Gorgias)


Si bien se habla de los sofistas como grupo o escuela, en realidad fueron de pensadores individuales y diferenciados que sí compartieron ciertos puntos de vista y teorías. Filósofos como Protágoras o Gorgias supusieron una verdadera revolución en la Atenas del siglo V a.C. No sólo por lo anecdótico de que recibieran dinero por enseñar (algo que se consideraba como obligación moral por parte de los que poseyeran conocimiento, rebajándolo si lo intercambiaban por dinero) sino por la filosofía que defendían y enseñaban. En primer lugar, los sofistas defendían que no había norma o ley que fuera eterna, sagrada o natural, y por tanto, intocable; las leyes cubren una necesidad social, siendo fruto de una decisión consciente del grupo ante una circunstancia histórica; es decir, las normas son convencionales, frente a la tradicional concepción de leyes que son inmutables, o por naturaleza, y por tanto incuestionables e inmutables. Su filosofía adquiere sentido y utilidad en la Atenas democrática. Los propios ciudadanos eran quienes tenían la función y responsabilidad de proponer leyes y medidas políticas, y acordar, mediante el diálogo, cuáles serían las más adecuadas o convenientes. Los sofistas estaban convencidos de que la capacidad de convencimiento en la política residía en el arte de la oratoria y la retórica. Cuanto más se dominara la capacidad del lenguaje y la argumentación, más fácilmente podría convencerse a los que escuchaban de la verdad y utilidad de las leyes y medidas que se defendieran, logrando así un apoyo mayoritario a lo que propusieran.


Por todo ello los sofistas –etimológicamente “sabios” – tuvieron un gran éxito como maestros de jóvenes con intención de triunfar en política. Para algunos de estos sofistas, la verdad no existe, o más estrictamente, no puede conocerse, por lo que sólo podría hablarse de opiniones igualmente válidas. La conveniencia o necesidad circunstancial de estas dependería de cómo se expusieran o argumentaran, convenciendo o instando a los ciudadanos a que las apoyaran con el dominio del lenguaje y retórica, arte que los sofistas dominaban y enseñaban.



Por Celia Valdelomar

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