sábado, 16 de febrero de 2013

Sándor Marai: El último encuentro




“Envejecemos así, por partes. Más tarde, de repente, empieza a envejecer el alma: porque por muy viejo y decrépito que sea ya tu cuerpo, tu alma sigue rebosante de deseos y de recuerdos, busca y se exalta, desea el placer. Cuando se acaba el deseo de placer, ya solo quedan los recuerdos, las vanidades, y entonce sí que envejece uno, fatal y definitivamente. Un día te despiertas y te frotas los ojos, y ya no sabes para qué te has despertado”.

" Uno acepta el mundo, poco a poco, y muere. Comprende la maravilla y la razón de las acciones humanas. El lenguaje simbólico del inconsciente... porque las personas se comunican por símbolos, ¿te has dado cuenta?, como si hablaran un idioma extraño, chino o algo así, cuando hablan de cosas importantes, como si hablaran un idioma que luego hay que traducir al idioma de la realidad. No saben nada de sí mismas. Sólo hablan de sus deseos, y tratan desesperada e inconscientemente de esconder, de disimular. La vida se vuelve casi interesante cuando ya has aprendido las mentiras de los demás, y empiezas a disfrutar observándolos, viendo que siempre dicen otra cosa de lo que piensan, de lo que quieren en verdad... Sí, un día llega la aceptación de la verdad, y eso significa la vejez y la muerte. Pero entonces tampoco esto duele ya. Krisztina me engañó, ¡Qué frase más estúpida!... Y me engañó precisamente contigo, ¡qué rebeldía más miserable! Sí, es así, no me mires tan sorprendido: de verdad me da lástima. Más tarde, cuando me enteré de muchas cosas y lo comprendí y lo acepté todo (porque el tiempo trajo a la isla de mi soledad algunos restos, algunas señales significativas de aquel naufragio), empecé a sentir piedad al mirar al pasado, y al veros a vosotros dos, rebeldes miserables, mi esposa y mi amigo, dos personas que se rebelaban contra mí, atemorizadas y con remordimientos, consumidas por la pasión, que habían sellado un pacto de vida o muerte contra mí. "

“Exigir fidelidad ¿no sería acaso un grado extremo de la egolatría, del egoísmo y de la vanidad, como la mayoría de las cosas y los deseos de los seres humanos? Cuando exigimos a alguien fidelidad, ¿es acaso nuestro propósito que la otra persona sea feliz? Y si la otra persona no es feliz en la sutil esclavitud de la fidelidad, ¿amamos a la persona a la que se la exigimos? Y si no amamos a esa persona ni la hacemos feliz, ¿tenemos derecho a exigirle fidelidad y sacrificio”.

«La mansión lo comprendía todo, como una enorme tumba de piedra tallada donde se desmoronan los restos de varias generaciones y se deshacen las vestimentas de seda gris y paño negro de las mujeres y de los hombres de antaño. Comprendía también el silencio, como si éste fuera un preso fervoroso y creyente que se va muriendo poco a poco en el fondo del calabozo, dejándose crecer una larga barba sobre sus trapos y harapos, recostado en un montón de paja podrida».

«Tú también te detienes en medio de los arbustos, te paralizas, tú también, el cazador. Sientes en tus manos un temblor ancestral, tan antiguo como el hombre mismo, la disposición para matar, la atracción cargada de prohibiciones, la pasión más fuerte, un impulso que no es ni bueno ni malo, el impulso secreto, el más poderoso de todos: mas fuerte que el otro, más hábil, ser un maestro, no fallar. Es lo que siente el leopardo cuando se prepara para saltar, la serpiente cuando se yergue entre las rocas, el cóndor cuando desciende de las alturas, y el hombre cuando contempla su presa».

Imágenes: Desayuno sobre la hierba (E. Manet)

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