lunes, 8 de diciembre de 2014

Polanski y "La Venus de las pieles"




Después de ver "La venus de las pieles", la última película de Roman Polanski, de volver a sentir la diferencia entre el cine como mero entretenimiento y el  realmente cautivador, de volver a disfrutar con actuaciones llenas de matices y angulosidades, uno no puede evitar tener curiosidad por el texto que inspira y sirve de pilar para esta adaptación cinematográfica y antes para el teatro, la muy controvertida obra, del mismo título, de Leopold von Sacher-Masoch. El escritor, basándose en sus propias experiencias y deseos, nos habla de la tortuosa relación que se establece entre sus personajes: Severin von Kusiemski y la venus Wanda von Dunajew. El libro da carta de naturaleza al masoquismo, al disfrute de someterse a otra persona y lograr placer con los castigos y si bien uno puede no compartir la visión del autor sobre su extraviada forma de entender una relación, resulta difícil obviar que el texto que se expone en la película y extraído en su mayor parte del libro es de un interés innegable, en el que se muestra, a través de sus agudos diálogos,  una lucha de titanes entre los dos sexos. Curiosamente Polanski pone como protagonista, como venus, a su propia esposa Emmanuelle Seigner y de protagonista masculino, como Kusiemski, a un actor que se le parece físicamente de forma notable, Mathieu Amalric, logrando ambos una interpretación digna de elogio. Es por ello que hoy los fragmentos vendrán directamente del libro que dio origen a la película, que por cierto os recomiendo sin reservas. No busquen en ella escenas de desnudo, sexo o dominación por que no las hay. 


"Venus estaba frente a mí, sentada ante una gran chimenea Renacimiento. Esta Venus no era una mujer galante de las que —como Cleopatra— combatieron bajo ese nombre al sexo enemigo. No; era la diosa del amor en persona. Recostada en una butaca, removía el fuego chispeante que enrojecía la palidez de su rostro y los menudos pies, que acercaba a la llama de vez en cuando. A pesar de su mirada de estatua, tenía una cabeza admirable, que era cuanto yo veía de ella. Su divino cuerpo marmóreo le cubría un gran abrigo de pieles, en el cual se envolvía como una gata friolera.

—No comprendo, señora —dije—. En realidad no hace frío; hace ya dos semanas que llevamos una encantadora primavera. Estará usted nerviosa, sin duda.
—Buena está la dichosa primavera —contestó con voz opaca, estornudando después de una manera deliciosa—. No puedo apenas sostenerme y comienzo a comprender...
—¿Qué, gracia mía?
—Comienzo a creer en lo inverosímil y a comprender lo incomprensible. Comprendo ahora la virtud de los alemanes y su filosofía, y no me asombra que ustedes, en el Norte, no sepan amar, sin que parezcan dudar siquiera de lo que es el amor.
—Permitidme, señora —repliqué con viveza—. Nunca le he dado a usted ningún motivo.

La divina criatura estornudó por tercera vez y levantó los hombros con una gracia inimitable. Luego dijo:

—Por esto soy siempre graciosa para usted y hasta le busco de tiempo en tiempo, aunque me enfríe cada vez, a pesar de todas mis pieles. ¿Te acuerdas aún de nuestro primer encuentro?

—¿Podré olvidarle? Teníais espesos bucles pardos, ojos negros, boca de coral... Os reconocí en los rasgos de la cara y en la palidez de mármol. Llevabais siempre una chaqueta de terciopelo azul violeta guarnecida de piel de ardilla.

—Sí; ¡qué encaprichado estabas con aquel vestido y cuan dócil eras!
—Vos me enseñasteis lo que es el amor, y el culto divino que os consagraba me transportaba dos mil años atrás.
—¿Y no te guardé fidelidad sin ejemplo? —Ahora se trata de eso.
—¡Ingrato!
—No quiero hacer ningún reproche. Habéis sido una mujer divina, pero siempre mujer, y en amor, cruel como todas.
—Es que tú llamas cruel —replicó con viveza la diosa de amor— lo que constituye precisamente el elemento de la voluptuosidad, el amor puro, la naturaleza misma de la mujer de entregarse a lo que ama y de amar lo que le place.
—¿Qué puede haber más cruel para quien ama que la infidelidad del ser amado?

—¡Ay! —contestó—. Somos fieles en tanto que amamos; pero vosotros exigís que la mujer sea fiel sin amor, que se entregue sin goce. ¿Dónde está ahora la crueldad, en el hombre o en la mujer? Las gentes del Norte concedéis demasiada importancia y seriedad al amor. Habláis de deberes donde no hay otra cosa que placer.

—Sí, señora. Tenemos sobre ese punto sentimientos respetables y recomendables, y, además, sólidas razones.

—Y siempre la curiosidad, eternamente despierta y eternamente insaciada, de las desnudeces del paganismo; pero el amor, que es la mayor alegría, la pureza divina misma, eso no les conviene a ustedes los modernos, hijos de la reflexión. Les sienta mal. En cuanto se hacen ustedes naturales, se ponen groseros. La naturaleza les parece una cosa hostil y hacen de nosotras, rientes genios de los dioses griegos, de mí misma, un demonio. Podéis desterrarme, maldecirme, hasta inmolarme al pie de mi altar en un acceso báquico; pero alguno de vosotros habrá tenido el valor de besar mis labios purpurinos. Vaya, por esto, peregrino a Roma, descalzo, con cilicio, esperando que su bastón florezca, mientras que a mis pies surgen a cada instante rosas, mirtos y violetas que no dan su perfume para ustedes. Quedaos en vuestras nieblas hiperbóreas, entre vuestro incienso cristiano, y dejadnos reposar bajo la lava, no nos desenterréis, no. Pompeya, nuestras villas, nuestros baños, nuestro templo, no se hicieron para ustedes. ¡Ni siquiera necesitáis dioses! ¡Nos helamos en vuestro mundo!

La hermosa dama de mármol tosió y levantó sobre sus hombros la oscura piel de cebellina.

—Gracias por su lección clásica, contesté—; pero no me negaréis que, así en vuestro mundo lleno de sol como en nuestro brumoso país, el hombre y la mujer son enemigos por naturaleza, con los cuales el amor hace durante cierto tiempo un solo y mismo ser, capaz de una, misma concepción, de una misma sensación, de una misma voluntad, para desunirlos luego más, y que —y esto lo sabéis vos mejor que yo— el que no sepa sojuzgar al uno será pronto pisoteado por el otro.
—Y lo que usted sabe mejor que yo —contestó doña Venus con arrogante tono de desprecio— es que el hombre está bajo los pies de la mujer.
—Seguramente, y de aquí no me haga ninguna ilusión.
—Lo que quiere decir que sois siempre mi esclavo sin ilusión, por lo cual no tendré yo misericordia.
—¡Señora!

—¿No me conocéis aún? Sí, soy cruel; ya que tanto te gusta esa palabra. ¿Pero no tengo derecho para serlo? El hombre es el que solicita, la mujer es lo solicitado. Esta es su ventaja única, pero decisiva. La naturaleza la entrega al hombre por la pasión que le inspira, y la mujer que no hace del hombre su súbdito, su esclavo, ¿qué digo?, su juguete, y que no le traiciona riendo, es una loca.

—¡Buenos principios, hermosa señora! —repliqué indignado.

—Descansan sobre diez siglos de experiencia —dijo ella en tono burlón, mientras en la sombría piel jugaban sus dedos blancos—. Cuanto más fácilmente se entrega la mujer, más frío e imperioso es el hombre. Pero cuanto más cruel e infiel le es, cuanto más juega de una manera criminal, cuanta menos piedad le demuestra, más excita sus deseos, más la ama y la desea. Siempre ha sido así, desde la bella Helena y Dalila, hasta las dos Catalinas y Lola Montes.

—No puedo dejar de convenir —contesté— que nada puede excitar más que la imagen de una déspota bella, voluptuosa y cruel, arrogante favorita, despiadada por capricho.
—Y que además lleve pieles —añadió la diosa.
—¿Por qué recordáis eso?
—Conozco tus gustos.
—¿Sabe usted que desde que no nos vemos se ha hecho usted una magnífica coqueta?
—¿Queréis decirme por qué?
—Porque no puede haber más deliciosa locura que la de envolver vuestro delicado cuerpo en una piel tan sombría.

La diosa sonrió."


La ficha de la película de Roman Polanski

Título original: La vénus a la fourrure (Venus in Fur)

Año: 2013
Duración: 96 min.
País: Francia 
Director: Roman Polanski

Reparto: Mathieu Amalric, Emmanuelle Seigner

Guión: Roman Polanski, David Ives (Teatro: David Ives)
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Pawel Edelman
Productora: R.P. Productions / Les Films Alain Sarde
Premios:
2013: Premios César: Mejor director. 7 nominaciones, incluyendo Mejor película
2013: Premios David di Donatello: nominada a mejor película europea


El trailer:




Y para terminar, otro trocito del libro:

-¡Sí, hágalo! -exclamé devorado por el terror y el placer-. Si un matrimonio no puede fundarse más que en la igualdad y el consentimiento mutuo, las más grandes pasiones se originan, en cambio, en los contrastes extremos. Nosotros dos somos esa constelación, pues nos hallamos uno frente al otro casi como dos fuerzas enemigas. De allí nace ese amor en mí, que es en parte odio y en parte temor. En tal relación solo puede ser uno el martillo y el otro el yunque. Yo quiero ser el yunque. No podría ser feliz si mirara a mi amada desde un escalón superior. Quiero adorar a una mujer, y eso solo puede ocurrir si ella es cruel conmigo.

-Pero, Severin, -dijo Wanda, casi colérica-, ¿en verdad me considera capaz de maltratar a un hombre como usted? Solo se puede amar de veras lo que está por encima de nosotros; es decir, a una mujer que nos subyugue por su belleza, su temperamento, su espíritu y su energía y que además, nos coloque bajo su tiranía.
-Pero ¿lo que a otros produce rechazo, a usted le atrae?
-Así es. Así soy yo.
-Bueno, al fin y al cabo, en sus pasiones no hay nada tan extraño o singular, pues ¿a quien no ha de gustarle un lindo abrigo de pieles? Además todo el mundo reconoce y siente el parentesco entre la lujuria y la crueldad.
-En mi caso eso se da en grado sumo -le contesté.
-Eso quiere decir que la razón no tiene en usted ninguna función. Su naturaleza es de una extrema debilidad y de máxima entrega sensual.
-Me pregunto si los mártires fueron de naturaleza débil.
-¿Los mártires?
-Creo que, por el contrario, fueron de naturaleza hipersensible, almas lascivas, pero no débiles, y encontraron goce en el dolor. Buscaron las torturas más horribles, incluso la muerte, como otros buscan la felicidad. Y así soy yo, un hipersensible, mi querida Señora.
-Tenga cuidado de no tornarse un mártir del amor, de volverse mártir por una mujer.



Lo olvidaba... la fotografía que abre el texto es de Helmut Newton... ¡como no!