jueves, 13 de octubre de 2016

Fragmentos de "La sombra del ciprés es alargada" - Miguel Delibes






“—Todo está regido por un perfecto equilibrio —continuó—. La naturaleza, las plantas, los animales, el hombre, toman y dan con una armoniosa ponderación. Junto a las altas montañas ve usted siempre los valles profundos; a la frescura lozana de la primavera la sucede la yerta esterilidad del invierno; al lado del capullo están siempre las espinas; las épocas de abundancia son coronadas por épocas de escasez; la guerra sigue a la paz y la paz a la guerra, formando unos estratos semejantes a los del suelo… Ésta es la ley del contraste que rige el mundo. Pero al mismo tiempo es la razón de que todo, todo, tenga su sentido en el universo.

Doña Sole hizo otra breve pausa y prosiguió:

—Pero este equilibrio, esta alteración de lo bueno y lo malo, no puede bastar para enfangarnos en el pesimismo. El pesimismo sólo nos deja ver las espinas en los rosales, la muerte en el hombre, la carne en el amor. Alimentados de pesimismo no vivimos la vida, la sufrimos. Todo lo malo de la vida se agiganta para el pesimista, y, además, lo bueno lo hace malo, precisamente porque de todo escoge su fachada negativa. Y aquí está el error: la contradicción con Dios; la contradicción con nosotros mismos. Cuando la vida es amarga, hay que suavizarla con la representación de un Gólgota, y cuando es dulce, mitigar sus dulzuras pensando que otros sufren por lo que nosotros no sufrimos. Siempre tendiendo al equilibrio, que es el camino de la verdad."

"Por el camino cruzaba un cortejo fúnebre. Pocas personas acompañaban a la carroza. Llamó mi atención el aspecto de un hombre joven, enlutado, que caminaba automáticamente tras el difunto. Era su abatimiento tan acusado que se diría que la muerte no contenta con robarle a un ser querido le había marcado a él con la impronta de su soplo gélido. Cruzó el cortejo frente a nosotros. Don Mateo se descubrió y Alfredo y yo nos santiguamos.
-Ahí tenéis un viudo bien joven –dijo el señor Lesmes cuando se alejaban. [...] Las bodas no serían tan frecuentes ni se adornarían con detalles tan superfluos e insensatos si los novios pensasen en su día que uno de los dos ha de enterrar al otro."

"De causa en causa iba saltando hasta topar con el efecto fatal: la muerte. Siempre giraban mis torturas en derredor del viudo, del negro luto, del picar de los canteros, del pino redondo y aromático elegido por Alfredo para reposar eternamente... Me asomaba con frecuencia a la angustiosa teoría del desasimiento. Paulatinamente iba confirmándome en ella. «Vivir es ir perdiendo, me decía; e incluso, aunque parezca aparentemente que se gana, a lo largo nos damos cuenta de que el falso beneficio se trueca en una pérdida más. Todo es perder en el mundo; para los que poseen mucho y para los que se lamentan de no tener nada."

"Sentí con esto mitigarse mi temor hacia la muerte rondadora. Sabía que en el curso del tiempo «uno de los dos habría de enterrar al otro», pero no desorbitaba esta probable realidad, antes bien, la admitía como una imposición de las leyes naturales que exigen el desprendimiento, el desencadenamiento del amor antes de transitar a una nueva vida no terrena"

"Se me hacía que ya había encontrado la razón suprema de mi pervivencia en el mundo. Ya no me encontraba solo. Detrás dejaba a buen recaudo mis afectos. [...] me sonreía el contorno de Ávila allá, a lo lejos. Del otro lado de la muralla permanecían Martina, doña Gregoria y el señor Lesmes. Y por encima aún me quedaba Dios"

Los fragmentos pertenecen a "La sombra del ciprés es alargada", la primera novela de Miguel Delibes, obra por la que fue ganador del Premio Nadal en 1947. Aunque Delibes renegaba un poco de esta obra, por sentir que no había logrado del todo imprimirle el estilo que el deseaba, la historia ha terminado por convertirse en uno de los grandes títulos de nuestra literatura. El libro nos habla de un niño huérfano, Pedro, que será educado en la falsa creencia que para ser feliz hay que alejarse de toda posesión y de toda relación con el mundo, una visión negativa de la realidad que solo podrá ser superada por la fuerza de la juventud que le llevará a abrirse a nuevos y luminosos horizontes. Los cipreses están siempre presentes en los cementerios por una cuestión simbólica que viene desde muy antiguo; como decía Miguel Herrero Uceda en su obra "El alma de los árboles": "Cada árbol mantiene su espíritu que lo transmite a los espacios creados por el hombre. El limonero es el corazón del patio andaluz. Los almendros dan la nota de alegría a los sobrios cigarrales toledanos austeros. La higuera da vida al huerto, al igual que los granados aportan su colorido a los cármenes granadinos. Así, el ciprés, con su solitaria figura que busca el cielo, aporta la idea de recogimiento, de un pensamiento que se dirige, más que a la vida terrena, hacia la inmortalidad". Visto así el ciprés se convertiría en una alegoría del camino que toma nuestra alma hacía el más allá, aunque en la creencia popular también está muy arraigada una idea mucho menos poética y se piensa que los cipreses están en los cementerios porque repelen a las ratas. Sea como fuere, los cipreses han terminado por convertirse en una alegoría de la muerte con la que comparte una alargada sombra, una muerte que en el libro se muestra a cada instante, desde su propia orfandad, rodeando y condicionando la sombría vida del protagonista de la novela y que solo al fin podrá ser vencida por la esperanza.



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